Las Mujeres en la Construcción Ecuatoriana.
- Vanessa Simba J
- 27 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 29 sept
Ser mujer en la construcción: una experiencia en primera persona.
Un día, mientras trabajábamos en una estación en Esmeraldas, la administradora se me acercó con curiosidad. Me preguntó cómo había logrado trabajar para Primax y, entre risas nerviosas, incluso insinuó si yo tenía una relación romántica con el maestro mayor que me ayudaba en los trabajos. Para ella era difícil creer que una mujer joven, sin marido ni esposo, estuviera al frente de equipos masculinos en una de las provincias más peligrosas del país.
Sonreí para mis adentros. Claro, en su entorno eso debía tener más sentido que aceptar la realidad: una mujer liderando con profesionalismo.
Una realidad con cifras contundentes.
Si revisamos las estadísticas, son poquísimas las mujeres que trabajan en el área de la construcción en Ecuador. En mi experiencia, por cada equipo de unas veinte personas, apenas hay dos mujeres. Y la mayoría no está en cargos técnicos ni especializados, sino en labores de limpieza o de alimentación del personal.
Hoy se ven más esfuerzos por incluir a mujeres en este sector, lo cual es motivo de satisfacción. Sin embargo, aún no he conocido soldadoras, gypseras o maestras de acabados en las obras donde he participado. Lo más desalentador es que, pese a que muchas veces hacen el mismo trabajo que los hombres y cumplen los mismos horarios, sus pagos siguen siendo menores.
El respaldo familiar y las barreras invisibles.
Muchas mujeres llegan a las obras acompañadas por sus esposos o familiares, quienes las respaldan y protegen de los abusos que lamentablemente aún ocurren en este medio. Yo misma he sido testigo de la falta de empatía hacia nosotras en cualquier rango. Un dato increíble —y doloroso— es la ausencia de baños o instalaciones sanitarias adecuadas para mujeres durante el desarrollo de las obras.
La estigmatización es brutal. Nuestra palabra suele ser puesta en duda, y muchas veces debemos imponer un carácter más fuerte para ser respetadas como profesionales. Nos vemos obligadas a mantenernos serias, distantes e incluso acompañadas por un “chaperón” que disuada a obreros irrespetuosos o a jefes desubicados. He vivido situaciones en las que, al proponer la misma solución que un colega masculino, mi aporte fue cuestionado únicamente por venir de mí.
Visibilizar para transformar.
Algunos dirán: “Ese es el camino que escogieron”. Pero no. Estas realidades deben visibilizarse para que cambien. Solo así las nuevas generaciones de mujeres en la construcción podrán encontrarse con un terreno más justo.
Las ventajas de ser mujer en obra.
Toda desventaja tiene su contraparte. Ser mujer en este ámbito despierta habilidades blandas que se notan de inmediato. Me lo han dicho personas de distintas escalas sociales: con una mujer al frente es más fácil mantener el orden. Nuestro instinto maternal nos hace estar pendientes del clima laboral, lo que genera convivencias más amenas.
En el terreno de las negociaciones, también tenemos fortalezas: una mujer con argumentos sólidos es difícil de contradecir, y muchas veces conseguimos mejores descuentos.
Y en cuanto a prolijidad y calidad, nuestra mirada estética y nuestra atención al detalle son un valor añadido que marcan la diferencia.
Conclusión: más que construir, generamos confianza.
Llegar a donde estamos no ha sido sencillo. Cada proyecto es el resultado de esfuerzo, constancia y resiliencia en un entorno que todavía impone barreras. Por eso, cuando un cliente confía en mi equipo, no solo recibe una obra ejecutada: recibe la seguridad de que detrás hay liderazgo, compromiso y la firme convicción de entregar resultados de excelencia.
Elegirnos significa optar por calidad, por una gestión cuidada en cada detalle y por una visión distinta que combina disciplina, sensibilidad y fuerza.
Porque más que construir, dejamos huella: una huella que habla de confianza, innovación y del valor de quienes nunca dejamos de abrir camino.
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